lunes, 28 de abril de 2008

La belleza

Por lo que se ve, sólo el recuerdo de aquel amor quinceañero estableció en él las medidas de lo que quería a su lado.
Era el amigo del grupo con más ínfulas de tenerlo todo claro, se vanagloriaba constantemente. Todo lo tenía clarísimo.
Tenía quince años y todas sus preguntas a la vida se resumían en dos, como los diez mandamientos.
¿Cómo tenía que ser ella? ¿Cual era su estilo de mujer perfecta? así de simple era.
Él decía con mucha seriedad que día a día se iba formando en su mente ese retrato robot de cómo tenía que ser ella, con alguna indecisión eso sí, recalcaba, pero ya lo tenía todo claro, con un estilo perfecto y bien definido, aclaraba.
Esto, cuando unos años después nos reuníamos los que íbamos quedando de aquel grupo de amigos y recordábamos aquella época, seguía siendo para él motivo de alerta, nos miraba con intensidad uno a uno de los que estuviésemos allí, se ponía muy serio y le temblaban las aletas de la nariz mientras esperaba con atención una tras otra todas las palabras que se iban diciendo, hasta que estallábamos en las risotadas finales de siempre y su explosiva exclamación también de siempre: ¡Sois unos cabrones!.
Yo sólo pienso en ellas, decía, era su coletilla preferida.
El trabajo; ganarme el pan y pagar la pensión es secundario, levantarme en las mañanas es comenzar a pensar en ellas, para mí vivir sólo tiene ese fin. Y vuelta: aunque todas las tías con las que yo salgo son guapísimas, siempre encuentro que no son mi tipo ideal; lo que a alguna le sobra a la otra le falta. Y así iba la cosa, esta era toda su conversación una y otra vez, siempre igual.
Ha de ser alta, rubia, delgada, guapa, simpática, inteligente; así, asa... quiero que me quiera, y a cambio él quería ser su hombre, su todo.
Ese es mi patrón, es el canon, es el ancho de la trama por la que los atributos de belleza que tenían aquellas jovencitas debería de poder atravesar aquella trama con rigor, no estoy dispuesto a renunciar a nada de lo que me gusta; y dale.
Un día tras otro veíamos que se ponía a su lado la que todos en el grupo le llamábamos la Rogelia, ella era bajita, morena y mas bien feúcha sus andares destartalados, sus piernas; al menos el pedazo que se podía ver, eran un poco torcidas y demasiado morenas con relación al color de su cara, su hablar no tenía demasiada coherencia en lo que decía y el tono de su voz causaba esa sensación un tanto sorpresiva que produce envolver algo con papel gris. Pero allí estaba ella, siempre era la primera en estar a su lado y él por lo visto para ella era bueno, inocente, joven y muy simpático, eso decía a los vientos, él callaba.
¿Cómo era posible aquello?... Nunca llegue a comprender cómo una persona que tenía tan claro lo que quería se había dejado inducir por algo tan basto. ¿Cómo era posible que se sintiese tan atraído por aquel adefesio? ¿era de verdad una mujer o era un proyecto de algo inacabado? Semejante fealdad y desorden, no, no podía ser. ¿Era de verdad lo que después de tantas monsergas y cavilaciones quería? Pues se ve que sí, visto lo visto. Esto me contó días después.
Elia se sentó a mi lado, (ahora resulta que se llamaba Elia, ¡no te jode!) a mi derecha, cuando acabaron las risas y ya el personal se fue centrando en la película fue cuando note su mano entre mis piernas, al principio pareció una caricia, estaba justo en ese termino no definido, podía ser casual, sólo pasaron un par de segundos, pero no, no era casual ella siguió y siguió y yo la deje seguir, y, tan a gusto. Esa fue toda la explicación, ¿qué te parece?.

¿Tan fácil era desmontar todos sus principios? Sólo un escarceo era suficiente para querer más de aquella alhaja que hasta el pelo tenía eléctrico, la tocabas y te daba un calambrazo, para pasar tan rápidamente de un extremo al otro, ¿de verdad tan sólo hacía falta que una moza te metiese mano? Para que siguieses y siguieses sin importarte ya si ella te gustaba o no. Tras unos minutos y mirando hacia otro lado, me dijo: fue su belleza.

1 comentario:

El Dimoni dijo...

El ideal de belleza para el sapo macho, es el sapo hembra.